Acabar con los ricos: un mensaje poco elaborado, por Oscar Sánchez, Socio Director de NORGESTION

El Economista. Opinión.

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24/10/2022

Al hilo de las recientes polémicas en torno al impuesto sobre el patrimonio y al llamado impuesto de solidaridad de las grandes fortunas, cada vez que se debate sobre este tipo de asunto, no puedo evitar reflexionar sobre dónde establecemos la barrera de los ricos y el resto de la sociedad, sobre cuál es el impacto que todas estas discusiones tienen en nuestra economía y sobre cómo se explica a los ciudadanos el porqué de cada cosa.

Lo cierto es que, a mi parecer, hay quien tiene confundidas las prioridades y puede dar la impresión de que prefiere acabar con los ricos en lugar de terminar con los pobres.  Y es que esa tentación de considerar a una parte de nuestra sociedad como “los malvados ricos”, podría llevarnos a intentar hacerles la vida imposible. Alguien podría acabar planteando prohibir, discúlpenme la ironía, la venta de coches de lujo, los bolsos caros, los trajes a medida, los restaurantes de 3 estrellas o eliminar la clase “first” en los aviones.  Y si con todas estas limitaciones, siguiendo con esta distopía “anti-ricos”, se destruyera el empleo de los trabajadores de las fábricas de coches de lujo o de bolsos, el de los restaurantes o el de las aerolíneas, siempre podríamos acogerlos en una reforzada función pública, pagándoles con nuevos impuestos que cobraríamos a los “ricos”.  

Y digo esto porque la posibilidad de encontrarnos con el tipo de planteamientos que he caricaturizado, tan radicales como inútiles, es uno de los riesgos que corremos con las políticas de pancarta, de buenos y malos, que priorizan la propaganda frente a la gestión. Tomar decisiones desde el corazón (o las vísceras) no suele salir gratis. Deberíamos desterrar el principio de la vulgarización, en el que la información se adapta al nivel menos preparado de los individuos a los que va dirigida, considerando que cuantos más hay que convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La alternativa sería la de tratar a los ciudadanos como seres inteligentes, capaces de adaptarse a las situaciones si se razonan y explican bien. Como en la actual crisis y su impacto: todos somos más pobres ahora que hace seis meses (o menos ricos, depende cómo lo miremos y con quién nos comparemos). Quiero ser optimista y, efectivamente, hay quien ya obra así, gobernantes y políticos con criterio que buscan el bien común a largo plazo. Pero, por si acaso… cuantos más haya, mejor.

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